miércoles, 23 de abril de 2014

Parábola de los 7 puntos cardinales



Era un atardecer de Egipto.  La luna subía, el sol bajaba.  El Maestro paseaba entre los papiros del Nilo y vio que un hombre, sobre su pequeña alfombra, hacía la ceremonia de los 7 puntos cardinales.

El maestro, atento, esperó a que terminara, entonces le preguntó: “¿por qué haces la ceremonia de protección de los 7 puntos cardinales?”.  El hombre le contestó:  “Invoco a los 7 dioses para que me ayuden, me protejan y hagan las cosas que yo necesito”. 

“Te voy a enseñar otra forma de hacer la Protección de los Siete Puntos Cardinales, le dijo el maestro:   Cuando mires hacia el este, piensa en tus padres, aunque estés en desacuerdo con ellos, aunque haya grandes diferencias de pensamiento y enormes distancias en la forma de sentir;  aunque ya no tengan nada en común, porque el tiempo y las circunstancias los hayan separado.  A pesar de ello, piensa en tus padres y agradéceles el don de la vida que te permite evolucionar, ser tú mismo, crecer, pasar por el mundo aprendiendo y enseñando.

Cuando mires hacia el oeste, piensa en tus hijos.  Piensa que ellos son individuos, que no puedes retenerlos, no debes hacerlos a tu modo, no hacerlos preferir lo que prefieres.  Déjalos como un árbol deja a las semillas que se alejen.  Sigue creciendo y deja crecer.

Cuando mires hacia el norte piensa en tu maestro con alegría, con agradecimiento.  No le preguntes quién es ni de dónde viene.  No le pidas cuentas.  Cuando estás muriendo de sed en el desierto no examinas el vaso que contiene el agua que te ofrecen, solamente bebes.  Nunca pidas cuentas.  El es el vehículo que trae una enseñanza a través de tiempo y distancia.  Es lo único que importa.

Cuando mires hacia el sur, piensa en tus discípulos, en tus alumnos.  Los que tienes o tendrás algún día, pero no pienses  en ellos como algo que te pertenece, algo que tú has hecho.  Sé como el sol que alumbra a todos por igual sin preferencias.  Simplemente dales tu enseñanza, pero recuerda que ella no es texto ni palabra.  La enseñanza es la relación amorosa estrecha, es el ejemplo.  La enseñanza es que te dejen solo para saber cuánto puedes hacer, es ponerte en el camino del esfuerzo, hacer que no sólo recibas alimento sino que, también aprendas a producirlo.

Cuando mires al cenit, piensa en el Espíritu.  Pero no pienses en Dios como alguien que manipula tu vida o la controla, piensa en El como una enorme fuerza gravitacional que te atrae y sostiene, respetando tu ciclo y circunstancia.  Piensa en Dios no como un fin sino como un camino de luz para llegar a tu propio centro.

Cuando mires al nadir, piensa en la Naturaleza, en la Creación.  Piensa que eres parte de ella.  Tu papel es vincularte amorosamente a todo lo creado.  Tu trabajo es comprender, no a través de la razón, sino en el vibrar de la armonía.  Cuando pienses en la Naturaleza siéntete integrado a ella, no como algo ajeno sino como parte de la Creación.

Y por último, cuando mires hacia adentro, piensa en tu destino, el que tú haces, el que tú hilas y tejes cada día.  Piensa que tú eres el principio y el fin de todas las cosas.  El principio porque llevas la Chispa Divina que existe desde el comienzo de los tiempos, y el final, porque eres la razón para el regreso.  Cuando mires hacia adentro sabes que en el fondo estás hecho de los Seis Puntos Cardinales anteriores.  Cada uno de ellos forma parte de tu ser, de tu verdadera esencia, cada uno de los Seis Puntos Cardinales es tu existencia real.  Sin ellos, no eres nada.  Y  resumiéndolos a todos, entonces, eres.”

Cuando el campesino oyó al Maestro explicar la Protección de los Siete Puntos Cardinales, se iluminó.  Comprendió por primera vez la razón de su existencia, quedó libre de la superstición que esclaviza a los hombres.  Se liberó de tener que pedir a los espíritus ayuda, se liberó de todos los dioses, se liberó de la esclavitud de la petición y la promesa.  Comprendió que Dios lo amaba tanto que nunca quiso separarse de él y por eso lo habitaba.

Ya era de noche.  El Maestro siguió su camino y dejó al campesino tejiendo sus sueños de luz y sombra.

martes, 22 de abril de 2014

El loco



Yo elegí nacer en un momento inoportuno. 
Dice mi hermana que por ese entonces mi casa era una casa oscura y fría, frente a la línea del tren. Todo era triste. 
Y delante de mí, habían siete hermanos más. 

En esa casa reinaban la pobreza y la ignorancia. 


Cuando se casó, mi madre, como si se tratara de una dote, aportó las herramientas de crianza y las cicatrices de violencia de su estirpe.  Y mi padre, que fue el hijo de unos padres cansados y viejos, creía que la forma de vida que había heredado, si no era la correcta, por lo menos era la corriente. 

¡Ah!  ¿Qué puedo decir de mi madre?  ¿Qué puedo decir de mi padre?

Cada uno aportó a la nueva familia que empezó a formarse, las marcas que les fueron legadas a través de sus vivencias.  Cada uno llegó cargando con un fardo, ignorantes de su carga, inconscientes de su miseria, dispuestos a continuar la vida, y a dar vida nueva.  Como una cadena.  Como una tradición.

Mientras la madre de uno, de tan cansada que estaba, lo permitía todo, lo dejaba todo al azar,  hasta a sus hijos, la madre de la otra estallaba si las tortillas que se palmeaban a las tres de la mañana, no eran perfectamente redondas.

Mi padre andaba al garete por la vida.  Cuando jovencito, en la madrugada llevaba a pastar a las vacas y por las tardes aprendía tal vez de los infinitos maestros de la calle, el arte de la vida.  Por eso aprendió a tomar, según sus maestros, para ser más hombre.  Trató de descifrar el amor con las mujeres que se acostaban por hambre.  Confundió ser violento con tener carácter  y tal vez pensó que no merecía nada porque, a pesar de que trabajó como un caballo, de sol a sol, nunca acumuló riquezas ni se compró nada. Con orgullo decía que un hombre que usaba camisetas de manta no podía tener nada.

Mi madre venía de una familia de plata, con hermanos de madres diferentes, que cuando crecieron buscaron la manera de despojar al otro para quedarse con todo.  Fue así como mi madre tuvo que dejar el colegio para trabajar.  Y a los 16 años se casó.

Recuerdo todavía esas tardes casi noches en que papá llegaba borracho, vociferando y tirando las sillas contra las ventanas.  Todos nos asustábamos y nos escondíamos debajo de la cama, debajo de la mesa, porque si nos veía, se violentaba con nosotros. 

Papá era así cuando estaba borracho.  Cuando estaba sobrio, era muy serio cuando andaba por las calles y muy alegre cuando estaba ante su mesa de trabajo, cortando moldes para hacer pantalones.  Mi papá era sastre y agente viajero.  Tenía una mujer en cada lugar que visitaba.

Mamá estaba siempre llena de rencor y a medida en que envejecían, lo iba haciendo a un lado, a él.  Ella trabajaba mucho.  Por ella habían cosas en la casa.  Por mucho tiempo pensé que todo era natural así:  las mujeres eran fuertes y a los hombres se les hacía a un lado porque estaban pintados en la pared.  Como parte de la decoración.

Ahora sé que ella lo odiaba.

Yo digo que nací en el momento inoportuno, porque por ese tiempo, mi papá, que había abusado de una de mis hermanas de 11 años, lo hizo por última vez. Y  como hacen muchas mujeres, mi mamá se molestó con la persona equivocada:  en lugar de mandar al carajo a papá, empezó a odiar a sus hijas.  Y justo en ese momento, llegué yo.

Avenida Soledad

A veces nos toca quedarnos en soledad. No tenemos a nadie con quién hablar. No sabemos explicar lo que nos pasa, que nos tiene tan tristes, o angustiados, o solos. Les ha pasado antes?

Son tiempos en que las respuestas que necesitamos no llegan. Las personas se apartan y los vínculos parecen que no existen.

Es como una larga noche oscura. Una noche oscura que tenemos que vivir. Una avenida en soledad que tenemos que atravesar. Para qué? No lo sé. Solo sé que a veces lo tenemos que vivir