Yo elegí nacer en un momento
inoportuno.
Dice mi hermana que por ese
entonces mi casa era una casa oscura y fría, frente a la línea del tren. Todo
era triste.
Y delante de mí, habían siete
hermanos más.
En esa casa reinaban la pobreza y
la ignorancia.
Cuando se casó, mi madre, como si
se tratara de una dote, aportó las herramientas de crianza y las cicatrices de
violencia de su estirpe. Y mi padre, que
fue el hijo de unos padres cansados y viejos, creía que la forma de vida que
había heredado, si no era la correcta, por lo menos era la corriente.
¡Ah! ¿Qué puedo decir de mi madre? ¿Qué puedo decir de mi padre?
Cada uno
aportó a la nueva familia que empezó a formarse, las marcas que les fueron
legadas a través de sus vivencias. Cada
uno llegó cargando con un fardo, ignorantes de su carga, inconscientes de su
miseria, dispuestos a continuar la vida, y a dar vida nueva. Como una cadena. Como una tradición.
Mientras la
madre de uno, de tan cansada que estaba, lo permitía todo, lo dejaba todo al
azar, hasta a sus hijos, la madre de la
otra estallaba si las tortillas que se palmeaban a las tres de la mañana, no
eran perfectamente redondas.
Mi padre
andaba al garete por la vida. Cuando jovencito,
en la madrugada llevaba a pastar a las vacas y por las tardes aprendía tal vez
de los infinitos maestros de la calle, el arte de la vida. Por eso aprendió a tomar, según sus maestros,
para ser más hombre. Trató de descifrar
el amor con las mujeres que se acostaban por hambre. Confundió ser violento con tener
carácter y tal vez pensó que no merecía
nada porque, a pesar de que trabajó como un caballo, de sol a sol, nunca
acumuló riquezas ni se compró nada. Con orgullo decía que un hombre que usaba
camisetas de manta no podía tener nada.
Mi madre
venía de una familia de plata, con hermanos de madres diferentes, que cuando
crecieron buscaron la manera de despojar al otro para quedarse con todo. Fue así como mi madre tuvo que dejar el
colegio para trabajar. Y a los 16 años
se casó.
Recuerdo todavía esas tardes
casi noches en que papá llegaba borracho, vociferando y tirando las sillas
contra las ventanas. Todos nos
asustábamos y nos escondíamos debajo de la cama, debajo de la mesa, porque si
nos veía, se violentaba con nosotros.
Papá era
así cuando estaba borracho. Cuando
estaba sobrio, era muy serio cuando andaba por las calles y muy alegre cuando
estaba ante su mesa de trabajo, cortando moldes para hacer pantalones. Mi papá era sastre y agente viajero. Tenía una mujer en cada lugar que visitaba.
Mamá estaba
siempre llena de rencor y a medida en que envejecían, lo iba haciendo a un
lado, a él. Ella trabajaba mucho. Por ella habían cosas en la casa. Por mucho tiempo pensé que todo era natural
así: las mujeres eran fuertes y a los
hombres se les hacía a un lado porque estaban pintados en la pared. Como parte de la decoración.
Ahora sé
que ella lo odiaba.
Yo digo que
nací en el momento inoportuno, porque por ese tiempo, mi papá, que había
abusado de una de mis hermanas de 11 años, lo hizo por última vez. Y como hacen muchas mujeres, mi mamá se molestó
con la persona equivocada: en lugar de
mandar al carajo a papá, empezó a odiar a sus hijas. Y justo en ese momento, llegué yo.

Me gusta muchísimo..
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