martes, 22 de abril de 2014

El loco



Yo elegí nacer en un momento inoportuno. 
Dice mi hermana que por ese entonces mi casa era una casa oscura y fría, frente a la línea del tren. Todo era triste. 
Y delante de mí, habían siete hermanos más. 

En esa casa reinaban la pobreza y la ignorancia. 


Cuando se casó, mi madre, como si se tratara de una dote, aportó las herramientas de crianza y las cicatrices de violencia de su estirpe.  Y mi padre, que fue el hijo de unos padres cansados y viejos, creía que la forma de vida que había heredado, si no era la correcta, por lo menos era la corriente. 

¡Ah!  ¿Qué puedo decir de mi madre?  ¿Qué puedo decir de mi padre?

Cada uno aportó a la nueva familia que empezó a formarse, las marcas que les fueron legadas a través de sus vivencias.  Cada uno llegó cargando con un fardo, ignorantes de su carga, inconscientes de su miseria, dispuestos a continuar la vida, y a dar vida nueva.  Como una cadena.  Como una tradición.

Mientras la madre de uno, de tan cansada que estaba, lo permitía todo, lo dejaba todo al azar,  hasta a sus hijos, la madre de la otra estallaba si las tortillas que se palmeaban a las tres de la mañana, no eran perfectamente redondas.

Mi padre andaba al garete por la vida.  Cuando jovencito, en la madrugada llevaba a pastar a las vacas y por las tardes aprendía tal vez de los infinitos maestros de la calle, el arte de la vida.  Por eso aprendió a tomar, según sus maestros, para ser más hombre.  Trató de descifrar el amor con las mujeres que se acostaban por hambre.  Confundió ser violento con tener carácter  y tal vez pensó que no merecía nada porque, a pesar de que trabajó como un caballo, de sol a sol, nunca acumuló riquezas ni se compró nada. Con orgullo decía que un hombre que usaba camisetas de manta no podía tener nada.

Mi madre venía de una familia de plata, con hermanos de madres diferentes, que cuando crecieron buscaron la manera de despojar al otro para quedarse con todo.  Fue así como mi madre tuvo que dejar el colegio para trabajar.  Y a los 16 años se casó.

Recuerdo todavía esas tardes casi noches en que papá llegaba borracho, vociferando y tirando las sillas contra las ventanas.  Todos nos asustábamos y nos escondíamos debajo de la cama, debajo de la mesa, porque si nos veía, se violentaba con nosotros. 

Papá era así cuando estaba borracho.  Cuando estaba sobrio, era muy serio cuando andaba por las calles y muy alegre cuando estaba ante su mesa de trabajo, cortando moldes para hacer pantalones.  Mi papá era sastre y agente viajero.  Tenía una mujer en cada lugar que visitaba.

Mamá estaba siempre llena de rencor y a medida en que envejecían, lo iba haciendo a un lado, a él.  Ella trabajaba mucho.  Por ella habían cosas en la casa.  Por mucho tiempo pensé que todo era natural así:  las mujeres eran fuertes y a los hombres se les hacía a un lado porque estaban pintados en la pared.  Como parte de la decoración.

Ahora sé que ella lo odiaba.

Yo digo que nací en el momento inoportuno, porque por ese tiempo, mi papá, que había abusado de una de mis hermanas de 11 años, lo hizo por última vez. Y  como hacen muchas mujeres, mi mamá se molestó con la persona equivocada:  en lugar de mandar al carajo a papá, empezó a odiar a sus hijas.  Y justo en ese momento, llegué yo.

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