miércoles, 25 de junio de 2014

Llueve



Llueve. Como dice la canción: “detrás de los cristales, llueve y llueve…”
Deseaba tanto vivir una tarde de lluvia dentro de mi casa. En la seguridad de mi casa… Siempre me ha gustado más el verano que el invierno, pero debe ser porque estoy envejeciendo que ahora también me gusta el invierno.
Me gusta la lluvia detrás de mi ventana, sabiendo que no tengo que salir. Que puedo leer un rato, escribir, mirar la tele… meditar. O trabajar. También se te antoja trabajar mientras llueve. Pero me da miedo cuando hay tormenta, y peor, cuando hay tormenta con viento. Entonces la lluvia deja de ser plácida y se convierte en amenaza.
Cuando llueve de esa forma, prefiero cerrar todas las puertas, todas las ventanas. Quedarme en un rincón con los ojos cerrados y tapándome los oídos.
Recuerdo la lluvia, con viento y tormenta cuando vivía en la casa de Jorge. A Jorge no le gustaba cerrar las puertas, ni las ventanas. Ni las cortinas. Lo peor era que la calle frente a la casa, se inundaba. Y entonces, Jorge, con ese afán de controlarlo todo, de poner a las personas a hacer lo que él mandaba, nos ponía a desconectar los enchufes, a quitar las cosas del suelo, porque, decía, si se mete el agua, nada se va a mojar. Y nunca se metió el agua.
Realmente me daba terror cuando llovía y yo estaba en esa casa. Si cerraba la puerta, Jorge se enojaba. Y la abría. Aunque lloviera con viento y tormenta.
En realidad, la puerta que daba a la calle se cerraba solo unos ratos pequeños.
Jorge tenía la costumbre de dormir con el horario de los perros: pequeñas cantidades a todas horas. No tenía horario ni para dormir ni para comer, pero generalmente, a las 10 de la noche, salía de su cuarto, abría todas las puertas, apagaba todas las luces y se sentaba a fumar en la oscuridad.
Si yo salía de mi cuarto sentía la fría oscuridad como un golpe en la cara. Y el olor eterno a cigarrillo. Y los gritos de las visitas eternas de los adolescentes vecinos jugando en la compu de Eduardo hasta altas horas de la noche. O la madrugada. Todos los días.
Era alucinante. Loco. Siempre tenía miedo de que se metiera al cuarto por la noche y que nos matara a Daniel y a mí y que después se matara. Pero Eduardo, el hijo de él, era para mí la garantía de que al día siguiente íbamos a estar vivos. Pero cuando él no estaba entonces la amenaza se mezclaba con las sombras de la casa.
¿Por qué viví ahí, en esa casa loca?
Hay un dicho que dice: “cuidado con lo que deseais, no sea que lo consigáis”
Viví muchos años añorando a Jorge desde un día que se fue dejándome una nota en la mesa. Sufrí mucho. Me sentaba a tomar vino y a mirar por la ventana deseando verlo llegar. Pero no llegaba. Nunca llegaba.
Me deprimí de tal manera que me internaron en el hospital. Luego salí y él volvió conmigo, pero solo para pasar la navidad. En enero, se volvió a ir.
Desde entonces, todos los días mi deseo era vivir con él, otra vez.
Pasaron los años, nos veíamos a veces. El vivía con otra. Yo vivía sola con mis hijos.
Y un día, cuando yo olvidé mi deseo por culpa del tiempo y me acostumbré a la soledad, él me pidió que me fuera a vivir a su casa.
Las cosas eran diferentes. Yo estaba acostumbrada a vivir sola. El estaba acostumbrado a vivir con una mujer que le hacía todo, hasta ponerle rótulos en los frascos de la cocina, del baño: sal, café, azúcar, pastillas para la tos, para que no se equivocara. Una dependencia infinita chocó con mi autonomía.
Y el fantasma de la mujer con la que vivía, me perseguía por toda la casa: todo hablaba de él con ella. De ella y su hijo: las paredes manchadas, las fotos y adornos puestos con mal gusto. Las candelas rojas por toda la casa. No sé por qué había tanta candela roja.
Boté todo lo que pude pero en el aire que respiraba también respiraba los 17 años que ellos vivieron juntos mientras yo estaba sola deseando estar con él.
Todo se convirtió en rechazo. Sentir que me tocaba me hacía gritar aunque estuviera dormida.
El amaba más al hijo de ella que a mi hijo que tuve con él. Y como el amor se fue, estaba ausente, pude verlo como era realmente: narcisista, arrogante, inseguro, con todos los trastornos de ansiedad del DSM-IV. Y comprendí porqué se enojaba: él quería que los demás le calmaran su eterna ansiedad. Quería que todo estuviera bajo control. Su control abarcaba las emociones de los otros. Nadie podía enojarse. Sólo él. Nadie podía hacer nada que alterara su equilibrio precario.
Esa necesidad de controlarlo todo y a todos, esa especialidad suya de agredir con los gestos, las miradas, las palabras duras, hirientes, dichas en voz muy baja, todo, me hacía asociarlo con otra persona: mi mamá.
Su amenaza de matarme y matarse me llevó a iniciar una aventura de introspección que me hizo comprender que toda mi vida había sido un ciclo de violencia.
Un día, en que me quebró una mariposa azul de cristal que yo tenía, comprendí que yo era esa mariposa. Que me costó trabajo dejar de ser oruga y llegar a ser una mariposa y que ahora estaba hecha pedazos, tirada en el suelo…
Ya esa mariposa azul no existe. Yo, ya no soy ni oruga, ni crisálida, ni mariposa.
Soy un ser humano sorprendido de comprobar el sin sentido de la vida.
Vas por ese camino recto y plano de la vida y te topás con todos los que pretenden tener la clave que le da sentido a la suya: los estudiantes herméticos con sus 7 principios, los budistas tibetanos con la negación de sí mismos para amar a los otros, los gnósticos y sus ritos para sacar a los 7 demonios… Lo único que conservaré será a la gran Madre, RAM IO, Devikundalini…
El sentido de la vida, decía Víctor Frankl, se lo damos nosotros cuando encontramos un camino. Y a lo largo de la vida, he encontrado tantos caminos…
En la calle, la gente corre frenética detrás de espejismos que se multiplican. La ética se pierde en un mar de confusiones, en donde la noción del ser se diluye con la noción de tener.
Esta vida bajo este sistema, te dice que valés si tenés dinero y pagás tus cuentas. Si te cuesta hacer dinero, entonces, no valés. Sos invisible. No hay ley que te cubra, no hay ventajas que te sirvan.
Hoy, llovió por fin. Una tarde de lluvia imparable. Una lluvia plana, sin viento. Sin tormenta. Una lluvia que te invita a meterte en la cama a ver televisión. En la seguridad de tu casa.
Pero para mí, la ilusión de una casa se fue. No tengo casa. Tengo que irme de la casa en la que estoy. No tengo dinero para pagar, tengo 15 días para buscar otra casa.
Y llueve. Detrás de los cristales, llueve y llueve.
                                                                                     (Mayo 28, 2014. San Rafael, Escazú)